Aunque no son posibles de eliminar totalmente, sí disponemos de técnicas e instrumentos que consiguen una notable mejora. En consulta me encuentro con casos de personas que no se sienten cómodas con el aspecto de sus cicatrices, por lo que procuro buscar aquel tratamiento que ayude a “esconder” o a “reducirlas” a la mínima expresión.

 Si se me presenta el caso de una cicatriz hundida, puedo utilizar grasa propia o, bien, realizar algún injerto o colgajo de piel, una especie de “trasplante” de piel, de una zona a otra. Sin embargo, a veces nuestro organismo, que es muy sabio cicatrizando, pero sin ningún reparo al aspecto, puede crear las llamadas hipertróficas, donde hay un aumento y, por tanto, una peor apariencia. Hay casos en las que me encuentro con las queloides (la cicatrización tiene un exceso de crecimiento, siendo de tamaño anormal, de color rojizo, pican e incluso pueden doler), en las que se requiere de procedimientos adicionales.

            En los tres casos, si ha pasado más de un año, la única solución es la cirugía plástica. Algunos ejemplos pueden ser: cicatrices por intervenciones mamarias, por cesárea o abdominoplastia, etc. Hay que tener en cuenta que la genética, el color de piel, la zona corporal, así como los cuidados post-quirúrgicos son directamente proporcionales a la tendencia a acabar haciéndolas. Existen reglas para evitarlas como la tensión mínima de piel (Líneas de langers), recomendaciones y pautas que un cirujano plástico con pericia puede recomendarte y para evitar un alto riesgo.

Y hablando del cuidado, habitualmente, los cirujanos pautamos unos sencillos pasos para que estas sean imperceptibles; ahora, si no se siguen (y además no se tiene buena cicatrización), se obtienen papeletas para tener que realizar una corrección. No obstante, no desesperes: acude a consulta para que pueda analizar tu caso y ver cuál es la mejor opción para conseguir un aspecto más estético. Mi objetivo es que te sientas a gusto en tu piel y, por tanto, mayor bienestar y felicidad.